lunes, 21 de diciembre de 2009

La gran bestia verde...

Con mi poca experiencia, creo haber descubierto que la idea al escribir, debe ser lograr el interés de cierto grupo de personas que compartan lo dicho por el que escribe. Si escribo una nota para un amigo, debe decir algo que le interese para que la lea: “Paso con una cerveza por tu casa y te pago la cena”, “te paso a buscar en el auto” (esa seguro que yo no la escribiría), “tengo entradas para el toque de mañana, viste, esas, las agotadas, bueno, esas, ¿querés venir conmigo?.. ahh, y te pago la cena”. En fin, son miles las posibilidades combinatorias, también aplicables por SMS.

El tema es que hay veces que, cuando las ideas no fluyen, una tiene que caer en los lugares comunes: soltería, corazones rotos, resacas y por supuesto, la bestia verde… los celos.

Este es un ejercicio de autocrítica. Si, soy celosa, y no hay grupo de “Celosos anónimos” que me de consuelo. ¿Quién no ha sentido celos alguna vez en su vida? ¡A ver, hipócritas, confiesen!. Los celos son inherentes a la humanidad. Y yo no soy del País de Frutillitas, ¡tengo sangre!.

Son innumerables las situaciones que los provocan. Si sos un enfermo de celos (como esta servidora), hasta el más nimio detalle los detonan. Y la bomba celosa es peor que los “fueguitos articifiales” de Hiroshima y Nagasaki juntos.

Veamos, los celos son espontáneos, inmanejables, completamente caprichosos y hasta diría que son como el beberaje extraño que convertía al adorable Doctor Jekyll en el temible Mr. Hyde. Porque hay una transformación fisiológica subterránea, un cortocircuito neuronal, un apagón de la razón, que da como resultado que uno se transforme un un toro de las encerronas de Pamplona y ataque lo que sea que se mueva enfrente. ¿O no? Algunas personas lo saben esconder… pero otro grupo (del cual soy socia fundadora), todavía no ha sabido cómo carajo hacer para que no se le arrugue la cara, le salgan chispas por los ojos, se le transforme la voz, se le paren los pelos y hasta intente hacer de una puerta común, una giratoria.

¿Qué puedo decir? ¿Qué voy a cambiar? No lo creo. ¿Qué me voy a controlar? A lo mejor, por mi propio bien, debería decir que lo voy a intentar. ¿Qué voy a seguir rompiendo cosas pero en privado? Definitivamente, si. Tampoco da para andar regalándose y terminar veraneando en la Colonia Etchepare.


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