viernes, 6 de noviembre de 2009

Compañera de la noche


Quizás sea que vivo sola desde hace mucho tiempo. Quizás sea mi neurosis. Quizás sea... el verano.
Hay un conjunto de circunstancias que hacen que noviembre sea un mes de mierda. Noviembre, empieza el calorcito. Noviembre, mes de los insectos y alimañas indeseables.
El tema es el siguiente: no me gusta compartir el espacio vital (reducido) de mi monoambiente con bichos que vuelan. Sencillo, cortito y al pie.

Esta es la historia de un bichito que por estúpido, no ha logrado evolucionar. La polilla.
Es una constante en mis noches. Yo abro la ventana y ella entra. Entonces nos disponemos a actuar la obra de teatro más ensayada de la historia. Ella revolotea alrededor de los tubos de luz y alrededor de mi cabeza, socarrona, creyéndose intocable, inmortal. Yo la miro, la dejo volar, un poco por pereza, un poco por lástima. Conozco cuál será su futuro. No soy egoísta, quiero que disfrute de sus últimos instantes en la Tierra. Pero me torea. Me aletea en la jeta y llega un punto que eso me desquicia. Entonces, es la hora D. Me levanto, caliente como un chivo y voy a buscar el arma "polillicida": el Raid. Gracias por los piretroides con olor a flores del campo. Estoy hablando del naranja, el "casa y jardín". Que nunca me falte.

Cuando tengo en las manos la bomba atómica de las polillas, me siento imbatible. Me transformo en el Increíble Hulk. Poder inconmensurable en la palma de mi mano. La sigo, la espero, la relojeo, la mido. Agito, apunto y disparo. El problema es que tengo que disparar varias veces. Se me mancha el sillón, la cama, las ventanas, el piso, la mesa. Pero sigo. Me cae en la cara, en las manos, pero veo como, lentamente, el aleteo comienza a disminuir. La bicha está boba, a punto caramelo pero todavía está en lo alto. Más disparos. Me empiezo a marear un poquito. Pero por fin, antes de empezar a ver todo negro, cae. Pero no muere. Es como la araña de aquella película horrible, "Aracnofobia". Pero está a mi merced. Y se viene el momento culminante: el chancletazo. Pero la inmundicia no se va sin venganza: deja su marca en mi piso...blanco, por suerte.

Yo sé reconocer a un buen enemigo cuando lo veo. Por eso, le brindo el mejor entierro posible. La devuelvo a su habitat natural. Con la pala la levanto, y la tiro del sexto para abajo.

¡Vuela, polilla, vuela hacia el más allá!

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