lunes, 5 de octubre de 2009

Impacientes Anónimos


Supongo que alguna vez habrán escuchado este dicho: “Llegué tarde al reparto de….”.

A mi se me rompió el despertador varias veces. Llegué tarde al reparto de belleza, de sentido común y sobre todo, al reparto de paciencia.

Soy una botija sin paciencia; nací así y moriré así (rápido, por impaciente).

Por ejemplo, en el laburo. Muchas reacciones dicen: “calentar en baño de agua hasta evaporación completa”. Obviamente, es una tarea que requiere paciencia. Entonces, ¿qué hago yo? Pongo el vaso o matraz directo al fuego. Claro que si. Hasta que se quema, empieza a saltar su contenido hacia afuera, se quiebra el vidrio y se forma una masa negra carbonizada en el fondo. Cosas que me pasan.

Otro ejemplo (el detonante de esta historia corta): compré el repuesto (barato) del polvo para las patitas. Viene en un sobrecito todo coqueto pero inmanejable. Pero como buena pobre, yo tengo el envase del único polvo pédico caro que me compré hace nueve años y que sigo usando para hacerme la linda en el gimnasio. Todos sabrán que el polvo pédico tiene esa tendencia a la no fluidez, se apelotona, se junta, caen tres granitos y después, la bomba completa de polvo. Pico angosto, bolsa grande. Resultado, la mitad del contenido al piso. ¿Por qué? Por impaciente. Si fuera un ser humano paciente, me hubiese sentado con una cucharita de té y hubiese pasado el polvo, de a poquito, al frasco, evitando la debacle blanca que voló por todo el apartamento. Estuve los siguientes diez minutos de mi vida, en cuatro patas, juntando todo el polvo de mierda que se dispersó como nieve porque yo tenía la ventana abierta aunque afuera se estaba por venir un tornado F-5. Nuevamente, cosas que me pasan. Cosas como colgar la computadora por apretar cuarenta y cinco veces el mismo botón, quemar las tortas cuando las hago al horno, abrir el microondas cada diez segundos para ver si se calentó la comida, mirar el celular sesenta veces por segundo para ver si me contestó, comprar siempre menos de cinco cosas en el supermercado para pasar por la caja rápida, caminar cinco paradas para tomarme el ómnibus y así llegar antes (las veces que no pasa el bondi cuando estoy a medio camino entre dos paradas), bajar seis pisos por escalera cuando el ascensor demora dos segundos, entre otras.

Impaciente, impaciente, impaciente. Dicen que, a veces, la paciencia llega con la edad… pero, ¿falta mucho?.

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