domingo, 18 de octubre de 2009

Una historia que merece ser contada

Tito tiene 33 años y vive en el barrio 7 de diciembre, por Millán, pasando Garzón. Tito es un uruguayo más, que por las vueltas de la vida, vive con poco, y a veces, con menos que eso.

Hace tres meses, Tito encontró a Carmen y a sus dos hijos, viviendo en las vías del tren. Y en un acto de generosidad extrema, los llevó a vivir a su casa, junto a su mujer y su hijo Lionel, de tres años.


Ayer estuvimos en el barrio 7 de diciembre con la fundación Un Techo para mi País, que determinó que Carmen, de 63 años, merecía tener su
casa.

Cuando llegamos, Tito nos estaba esperando en la entrada, con tantas ganas y buena disposición, que nos hizo entender realmente lo que significaba para ellos que un
grupo de personas ajenas a su realidad fueran a darles una mano. Y arrancamos a construir. Tito estuvo con nosotros todo el tiempo, así como el hijo menor de Carmen, que nos traía las piedras necesarias para cimentar firmemente los pilotes que sostendrían su casa.

Cuando paramos para almorzar, empezamos a
conocer bien la historia de Tito. Es jubilado por enfermedad. Era limpiador de vidrios de edificios pero le diagnosticaron falta de dos discos vertebrales a nivel torácico y no pudo seguir trabajando para sustentar a su familia. "Es una enfermedad perra, si te dejás caer, no te levantás". "Cada vez que me duele la espalda, me digo, no me duele, no me duele, y sigo". Tito trabajó codo a codo con nosotros, haciendo pozos, trayendo piedras, pilotes y todo lo que necesitábamos. A la hora de la merienda, su señora nos hizo pizza.

Puede sonar a lugar común, pero la generosidad de los que casi no tienen nada, te hace reflexionar, te hace pensar un poco sobre tu vida y tus acciones. Te devuelve a tu lugar.

Para mí, fue un honor haber conocido a Tito y a Carmen. Fue un orgullo haber colaborado p
ara poner el piso de su nuevo hogar. Y aunque el trabajo fue duro, el suelo estaba anegado, el sol nos pegaba en la cabeza y el barro nos llegaba a las rodillas, cuando a las cinco de la tarde pusimos el último clavo del día y nos sentamos en ese piso, realmente sentí que todo iba a estar bien. Y la sonrisa dibujada en mi cara cansada, era el reflejo de las sonrisas de todos mis compañeros.


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