martes, 8 de septiembre de 2009

Zoología

Domingo, diez y media de la mañana… suena el teléfono. Desde el estado de duermevela, inducido por la resaca, trato de salir de la cama, pero no llego al aparato. Sigo durmiendo. Once y treinta. Otra vez el ring ring rompiendo los cojones. Esta vez atiendo, con voz de ultratumba, saliendo de la neblina del sueño. Salió picnic al Parque Lecocq. Después de una ducha reparadora y de pasarme el cotonete por los ojos para sacarme la pinta de mapache por el maquillaje corrido, bajo a esperar a mis amigas. Y allá salimos. Llegamos a eso de las dos de la tarde y bajo la sombra de los árboles, arrancamos con el picnic. Almuerzo de los dioses. Refuerzos de salame, pan y queso, papas chips. Y de postre, ensalada de frutas. Mientras me sacaba los restos de mayonesa de la boca, y sacudía las migas que tenía en el pantalón, pensé: qué suerte que tengo, estoy un domingo acompañada de personas que quiero. Y que me quieren. Aunque me reten, se enojen porque soy tan testaruda a veces, aunque algunos fines de semana las deje clavadas porque estoy de malhumor. Siento que me quieren, y eso, es un sentimiento insuperable.

Foto va, foto viene. Y arrancamos. A caminar. Bajo el sol, haciendo la digestión, con un mapita bastante poco claro. Nos aventuramos en la maleza, entre los antílopes, las cebras y las llamas. No creo que sea necesario decir que estábamos pintadas al óleo. ¿Es una nutria o un carpincho?. ¡¿Qué carajo es un muflón?!. ¡Quiero hacer pichí! Gurisas, ¿vamos dando la vuelta? ¡Quiero hacer pichí!. Hasta conocimos al Gabriel Peluffo de los monos.

Ya más tarde, aprendimos que los conejos mutantes, en realidad, responden al nombre de vizcachas. Como las viejas. Pero no sacamos mucho más en claro que eso. Volví cansada, sudada, pero contenta. Muy.

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