jueves, 24 de septiembre de 2009

Mi propia loca de mierda...


Además del ruido constante y de los taxistas, el gran cambio que tuve que asimilar al mudarme a la capital, fueron los vecinos. Yo vengo de un lugar lleno de casas... con patios amplios, alejadas entre si. Pero al llegar a Montevideo, sufrí por primera vez lo que es compartir tu espacio vital con extraños. Y no fue una experiencia del todo agradable. Tuvo sus momentos.

Pensionado estudiantil:
Ahhhhhh!!! ¡Qué épocas! ¡Qué recuerdos!. Dos horas esperando para entrar al baño porque eramos diez mujeres viviendo en una sola casa. Teníamos uno de esos servidores de números de las panaderías en la puerta y hacíamos la cola con nuestros rollos de papel higiénico en las manos. Por suerte, yo encontré una estrategia buena para usarlo cuando quisiera: dejé de dormir. Me acostumbré a despertarme casi de madrugada para tener el baño todo para mí. Sacrificado pero efectivo en última instancia.

El apartamento del terror:
Mal yo, mal yo. Nunca, nunca, nunca en la vida, se muden con un desconocido. Debido a la deseperación por disminuir el número de seres humanos que me respiraban alrededor, cometí la madre de las estupideces: agarré un papelito en la cartelera de la Facultad. "Estudiante busca compartir apartamento...". Y me mudé, y lo lamenté a los tres milisegundos. Yo no soy la reina de la limpieza, digamos, pero aquello, daba un poco de miedo. Las ollas tenían formas de vida desconocidas nadando adentro. De cualquier manera, creo que lo peor de todo era la sensación de no pertenencia, la sensación de ser un extraño en tu propia casa. Y el olor. Duré seis meses (con vacaciones de por medio).

Mi primer mono:
La gloria. Finalmente, luego de tantas peripecias, llegué al sueño dorado: vivir sola. Por lo menos ahí era mi propia mugre la que me corría. El monoambiente: primer piso por escalera, vista a la ventana del vecino, ventanita de la cocina a la terraza de los otros vecinos. Estaba rodeada, aprisionada entre seres humanos desconocidos. Seres humanos que no se caracterizaban por ser.... silenciosos, ponele. Un día me desperté asustada a las 7 de la mañana. Salté de la cama, "es el fin del mundo" , pensé. Se oían ruidos, gritos, llantos, platos voladores. Ahí me di cuenta: el matrimonio de al lado no se llevaba del todo bien...

Mi segundo mono:
La pirámide evolutiva. Más sueldo, más comodidades. Salí del culo del edificio y me conseguí un apartamento con ventanales a la calle, ascensor, portero, y otras comodidades. Lástima que este edificio maravilloso me esperaba con un sorpresa, un sorpresita, chiquita. La inquilina del 302...
Llamarla desquiciada es poco. O sea, le faltaba el chalequito blanco y estaba pronta. Se preguntarán cómo la conocí. Lunes, nueve de la mañana. Llovía torrencialmente. De repente, se oye un llanto descarnado, gritos de sufrimiento extremo. Me asomo y la veo: celular en mano, gritando "Juliiooooooo, traeme la plataaaaa". Caminaba de un lado a otro frente a la puerta del edificio, empapada, gritando. ¡Pila de miedo! A mi los loquitos me dan terror y esta loquita era mi peor pesadilla. Un día, compartimos el ascensor..... No quiero recordar ese momento.
Por suerte, para mi salud mental y la del resto de mis vecinos, un día, se la llevaron. Y ya nunca más volvió. Igualmente, todas las noches, cuando vuelvo del laburo y me acerco a la puerta de mi edificio, siento esa sensación de intranquilidad, de miedo, porque pienso que va a estar ahí, con su celular (o su cuchillo)... sentada en los escalones... esperándome...

1 comentario:

  1. una vez estaba en la puerta... por suerte con su celular. gracias a que andabamos en auto, pudimos dar la vuelta manzana y esperar que se fuera... que miedooooo!

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