martes, 8 de septiembre de 2009

Santa Rosa, ¡no existís!

¿Quién dijo que te tengo miedo? EH? Cuatro meteorólogos, en un arranque de histeria colectiva, vaticinaron la debacle para este lunes. ¿Y qué pasó? Lo mismo que siempre… absolutamente nada. ¡Sos más trucha, Santa Rosa! Ni un vientito huracanadito, ni un lluviecita de costadito, ni un granizadita chiquitita. Nada. Tanta anticipación, tanta espera. Como cuando éramos chicos y estábamos en Año Nuevo, todos nerviosos, con la cañita voladora. Todo el miedo, la excitación. Te acercabas y la prendías y entonces, la cañita voladora vietnamita daba cuatro chispazos locos, como pedos de vieja, remontaba aproximadamente dos centímetros fuera de la botella y se daba de pico contra el suelo. Y uno se quedaba con esa sensación de vacío, de sorpresa por el acto fallido. Sentimiento, que según mi humilde opinión, no nos abandona a lo largo de nuestras vidas. Salvo que la cañita voladora pasa a ser una relación, un trabajo o un temporal. Y este es mi caso (adivine cuál y se lleva el premio…. vamos, no es tan difícil).

Debido a toda esta paranoia generada después de aquella “tormentita”, casi perfecta, del 23 de agosto de hace algunos años, parece que cuando se acerca Santa Rosa todos hacemos nuestro último testamento. Como si el lunes nos dieran del diagnóstico de una enfermedad terminal, el fin de semana anterior salimos como descornados de nuestras casas, porque ¡hay que disfrutar antes que se venga la lluvia! Parece que nunca hubiese llovido antes, y que cuando empiece, no va a terminar hasta que nos tengamos que trepar todos a la versión actualizada del Arca de Noé (bueno, tal vez así, por fin, consiga pareja, ¿verdad?). Ésta nueva nave podría llamarse “El Arca de Núbel”. Ponele.

Pero siempre hay cosas positivas. Es un recuerdo inolvidable, cuando te subís al bondi y el único asiento vacío es el que está justito abajo de la única ventana que no cierra. Y la lluvia, en vez de caer derecha por obra de la gravedad, se confabula para caer de costado, teledirigida hacia tu cara… Mágico momento. También está la voladura de paraguas, la salpicadura por la ley de la baldosa floja, la sincronización de los semáforos (que cuando cae más agua parece que quedan en la roja, quietos, todos), el teorema del taxi libre (con una solución imaginaria), el olor que comienza a emanar tu ropa después de tres gotitas locas (aparentemente, Vivere no es Rexona). Sin olvidarnos por cierto, el malhumor general que se apodera del montevideano porque se tiene que apurar, aunque no quiera, aunque no haya nacido para apurarse, es algo que le surge, le nace, le brota, como le brota agua podrida a las bocacalles cuando empieza el temporal.

Lo único que pido ahora, después de esta mojada de oreja, es que la Santa, Querida, Buena, Linda, Tranquila, Esperada, Adorada y obviamente, Jovencísima, Rosita de mi corazón, no se tome revancha y me clave un árbol del Parqué Rodó, con raíces y todo, en el medio del apartamento. ¡A que no te da la puntería, vieja de mierda!

No hay comentarios:

Publicar un comentario