martes, 8 de septiembre de 2009

Esa maldita colilla....

El día comenzó como cualquier otro de los 364 días restantes, solo que el destino me tenía preparada una sorpresita. Chiquita. Chiquitita, mini. Me levanto, como siempre, con los ojitos pegados de sueño, en piloto automático, al baño. Esquivo la puerta, el tendedero de ropa, las botellas vacías y el escalón del baño. Hago mi ritual matutino, sin advertir nada extraño. La misma cara de culo matinal, los pelos todos revueltos, los restos de mi pubertad tardía en la cara. En fin. Yo, en toda mi gloria. De repente, miro a mi izquierda y la veo. La gota. Esa gota constante. Plac, plac, plac. Upa, me dije, ¿que es eso? Y acá quiero hacer un paréntesis. ¡Qué manía que tenemos los seres humanos con el toqueteo de las cosas! Si hay algo flojo, lo apretamos. Si hay algo torcido, lo enderezamos. Si hay algo que está a punto de explotar….. exacto, lo detonamos. Y ese fue el caso, mi desgraciado caso. Con mi manito inocente y mi dedito curioso, la toqué. A ella. A la muy yegua, esa maldita colilla. Y desde ese momento, la debacle, la hecatombe, el apocalipsis (que nunca me falte talento para exagerar). Agua, agua a presión, cayendo sobre mi piel. Sin parar. Y ahí, finalmente, me sentí mujer. Una mujer bastante inútil para no ser injusta con todo el género. Porque no sabía donde estaba la llave de paso del agua. Una llavecita, chiquita, chiquitita. Chapoteando, salí del baño (gritando). ¿Qué hacer? Bajé corriendo a buscar la llave general de todo el edificio, pensando que si alguien se estaba bañando, enjuagándose todo el jabón del cuerpo, seguramente, ese vecino, no iba a saber apreciar la magnitud de mi desesperación. Pero poco me importaba. Bajé por el ascensor, en pijamas, mojada hasta las rodillas…. y estaban todas las puertas cerradas. Subí y descubrí algo de este apartamento que todavía no sabía. El muy sorete está construido en bajada. Una pendiente pronunciada desde el baño al living. Entonces, evidentemente, por la maldita gravedad, el agua comenzó a invadir esta zona (porque seguía saliendo, incontrolable, como este amor). Volví a bajar (llorando, ahora) a golpear en la casa de mi vecina. La señora, una amorosa, de camisón, me hizo pasar. Y me hablaba, mientras yo pensaba que cuando pudiera escaparme y subir, iba a ser Kate Winslet en Titanic. Mas o menos. Sin Leo (no es necesaria la aclaración). Y era verdad, el barco se hundía. ¡Sálvese quien pueda!, le gritaba a los libros y a los zapatos. Entonces, la encontré. Y la cerré. Y paró de llover. Eso es lo más interesante. No creo que alguien quiera leer que el sanitario me cobró 450 mangos por cambiar la colilla y que estuve dos horas en cuatro patas con una toalla sacando agua. Pero, miremos el lado positivo…. por lo menos, el piso no es de madera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario